En la segunda mitad de la década de los 50 y principios de los 60, Brasil destacó como receptor de volúmenes significativos de Inversión Directa Extranjera (IDE), especialmente en la industria y en concreto en el sector del automóvil.
Durante los años 80, si bien la IDE siguió siendo mucho mayor que en otros lugares de América Latina, los problemas financieros del país, con un default voluntario de 1987 e hiperinflación, afectaron a la confianza internacional y limitaron la entrada de estos flujos.
Siguientes cambios
En 1994, la aprobación del Plan Real supuso un punto de inflexión en la evolución de la IDE, logrando poner fin a la crónica inestabilidad de precios de la economía brasileña, lo que junto a la eliminación de restricciones al capital extranjero, algunas de rango constitucional, dio paso a una nueva etapa de gran dinamismo inversor.
La mejora del marco institucional de la segunda mitad de los 90 y las reformas de corte liberal, como el amplio proceso de privatizaciones, fueron factores determinantes de las masivas entradas de IDE y, en particular, permitieron la entrada de grandes capitales extranjeros a la banca y otros sectores dominados por grandes corporaciones. En estos procesos la participación de España fue especialmente destacada, convirtiéndose actualmente en el segundo inversor en Brasil cuando partía de posiciones muy bajas.
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